LOS SEFARDÍES: UNA CULTURA DEL EXILIO
Paloma Díaz-Mas
CSIC

Resumen del artículo publicado en dos partes por el Boletín de la Fundación Juan March de Madrid en noviembre y diciembre de 2002

I. La formación del mundo sefardí

Llamamos sefardíes a los judíos descendientes de los expulsados de la Península Ibérica a finales de la Edad Media.

El proceso de creación y consolidación del mundo sefardí fue largo y complejo: empieza ya a finales del siglo XIV, cuando la oleada de asaltos a juderías y matanzas de 1391 –y las subsiguientes conversiones forzadas— impulsaron al exilio a un número impreciso de judíos, que se refugiaron mayoritariamente en las comunidades del Norte de África.

La expulsión de los judíos de Castilla y Aragón en 1492 arrojó fuera de estos reinos a un contingente de cerca de cien mil judíos, que fueron a asentarse en algunos lugares de Europa (Italia, el sur de Francia o Portugal), en el reino de Marruecos, o en las tierras del Mediterráneo Oriental que pertenecían al entonces pujante y extenso imperio otomano. En 1497 se les expulsa de Navarra.

También en 1497 se decreta la expulsión de los judíos de Portugal, que al final se concretó en una masiva conversión forzada. Muchos de los convertidos (cristianos nuevos) matuvieron a escondidas la práctica de la religión de sus mayores, cosa que se vio favorecida por el hecho de que no existiese Inquisición en Portugal hasta mediados del siglo XVI.

Estos conversos criptojudíos (despectivamente llamados marranos) fueron, a su vez, el germen de comunidades sefarditas en los Países Bajos, en Inglaterra, en Hamburgo, en ciudades italianas como Ferrara o Ancona, o en las colonias portuguesas de América; a lo largo de los siglos XVI y XVII, muchos cristianos nuevos volvieron al judaísmo y se integraron en las comunidades sefarditas de Marruecos o del Oriente Mediterráneo.

Con frecuencia el proceso de emigración fue complejo y duró años o incluso generaciones, y no sólo por las condiciones en que se hacían los viajes en aquella época, sino porque era frecuente que un individuo o una familia itinerase de un país a otro hasta asentarse definitivamente.

Cuando hablamos de cultura sefardí solemos distinguir tres grandes bloques geográficos: los sefardíes del Norte de África; los orientales, asentados en las tierras del Mediterráneo Oriental que pertenecieron al imperio otomano; y los sefardíes occidentales, es decir, los que se asentaron en países de la Europa occidental.

La evolución histórica y cultural de cada uno de estos tres grupos fue muy distinta. Mientras que hasta el mismo siglo XX los sefardíes del Norte de África (singularmente los de Marruecos) y de Oriente conservaron el uso de la lengua española y algunos rasgos culturales hispánicos, los de países europeos (Francia, los Países Bajos, Italia, Inglaterra) se integraron en sus sociedades de acogida y ya en el siglo XVIII no hablaban español, aunque siguieron manteniendo algunos rasgos culturales específicos, como la liturgia de rito sefardí.

II. Amalgama de culturas.

En los países de su exilio, los sefardíes convivieron intensamente con otros pueblos y culturas: en lo religioso, con musulmanes y cristianos (católicos, protestantes y ortodoxos), y con judíos de otros orígenes; en lo lingüístico, con gentes que hablaban portugués, francés, flamenco o neerlandés, italiano, alemán, serbocroata, griego, búlgaro, rumano, turco o árabe; con latinos, germánicos, eslavos, griegos, árabes y otomanos. Y, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, recibieron una enorme influencia de las culturas de la Europa occidental, sobre todo de la francesa.

Con todas estas circunstancias ¿a quién puede extrañarle que la cultura sefardí sea producto de una amalgama de influencias de lo más diversas? Es al mismo tiempo una cultura judía, de cuño hispánico y con influencia de otros pueblos musulmanes o cristianos.
La condición de judíos de los sefardíes se manifiesta, claro está, en la religión; pero no sólo: también, por ejemplo, en la forma de escritura aljamiada, que fue habitual entre los judíos de la Península Ibérica durante la Edad Media y que se mantuvo durante siglos entre los sefardíes de países de Oriente y del Norte de África donde no era usual el alfabeto latino.

También la lengua es una buena muestra de ese sincretismo. Frente a concepciones tópicas que imaginan el judeoespañol como “español del siglo XV”, la realidad muestra que a esa base hispánica se incorporaron numerosas influencias, algunas muy probablemente ya desde antes de la Expulsión; así, el judeoespañol presenta numerosos préstamos del hebreo, y no sólo para campos semánticos del ámbito religioso o moral, sino a todos los de la vida cotidiana. Otras veces se adoptan construcciones morfosintácticas del hebreo a través de las traducciones literales de textos bíblicos y religiosos.

A lo largo de su historia, el sefardí fue incorporando influencias de otras lenguas. Del portugués, por la influencia en los siglos XVI y XVII de los cristianos nuevos procedentes de Portugal, algunos de los cuales volvían al judaísmo; del italiano, por el contacto con las comunidades judías o criptojudías de Italia; del árabe, en los países del Norte de África; del turco, en las tierras del Imperio Otomano; del serbocroata, del rumano, del búlgaro en los países balcánicos; del francés modernamente, por la presión de la educación afrancesada que recibieron muchos sefardíes desde la segunda mitad del siglo XIX.

El sincretismo se manifiesta también en la literatura. Un género como las coplas aúna pervivencias de la poesía románica medieval con elementos muy característicamente semíticos (tipo de rimas, uso de formas estróficas zejelescas), temas y motivos muy específicamente judíos y elementos léxicos o rasgos musicales turcobalcánicos.

Por lo que respecta a la literatura de transmisión oral, junto a romances y canciones de vieja tradición hispánica medieval, encontramos temas de creación judía y otros procedentes de otras tradiciones con las que los sefardíes estuvieron en contacto: romances que son traducción al judeoespañol de baladas griegas, canciones líricas traducidas del griego o del turco o cantos narrativos de las tradiciones francesa o italiana (en este caso, a veces introducidas en el ámbito sefardí por vías tan modernas como los libros de texto de las escuelas occidentales en que estudiaron los sefarditas), o temas incorporados recientemente a partir de la tradición hispánica peninsular, (especialmente entre los sefardíes de Marruecos). No es infrecuente, por otra parte, que en un mismo texto se integren influencias diversas.

Por lo que respecta a los géneros adoptados, la integración de elementos procedentes de otras culturas es radical: para empezar, los propios géneros empiezan a cultivarse en el ámbito sefardí precisamente por imitación de las literaturas occidentales. Pero es que muchas veces las fuentes de las que se nutren son también ajenas: abundan las novelas o las obras de teatro traducidas o adaptadas de originales de otras lenguas, sobre todo del francés.

El sincretismo cultural sefardí es una buena muestra de cómo el contacto de diversos pueblos, lenguas y tradiciones es capaz de enriquecer una cultura, sin que ésta pierda sus rasgos más esenciales y característicos: sin dejar de ser judíos y sin olvidar la lengua de sus orígenes, los sefardíes fueron enriqueciendo su cultura a lo largo de los siglos con un aluvión de influencias diversas; la mayor parte de las veces ese enriquecimiento no se produjo merced a un intento deliberado, sino lenta e imperceptiblemente, a través del contacto cotidiano con otras realidades.

III. Letra y voz en la poesía sefardí.

Uno de los ámbitos en los que se manifiesta ese sincretismo cultural es el de la poesía cantada de transmisión oral.

La música sefardí es producto de una sincrética amalgama de culturas, que se manifiesta de múltiples maneras. Ya hemos mencionado cómo, en colecciones manuscritas orientales de himnos sinagogales hebreos de los siglos XVI al XVIII, se encuentran con frecuencia incipits de romances y canciones hispánicas; lo cual indica que los cantos sinagogales se cantaban a veces con la misma música que esos romances o canciones.

Paralelamente, en la música sefadí (tanto religiosa como profana) se introdujo, ya desde el siglo XVI, la influencia de la música culta del makam turco. Así, es posible encontrar un casticísimo romance del Cid cantado en Oriente o en Marruecos con una música completamente turca o árabe.

A veces, la comparación entre el texto y la música depara sorpresas: un romance viejo hispánico puede cantarse con una melodía turca, una canción de bodas que presenta rasgos comunes con las cantigas de amigo medievales puede entonarse con una melodía hispánica moderna, mientras que una canción amorosa de moderna composición puede componerse sobre la base de una antigua melodía medieval; un tema literariamente muy judío y castizamente sefardí puede ser contrafactum sobre una melodía hispánica moderna, etc.

IV. Oriente y occidente en la cultura sefardí.

En un pasaje de sus memorias, el escritor premio Nobel de origen sefardí Elías Canetti comenta que, en su adolescencia y juventud, se sentía bastante lejano a sus abuelos búlgaros, porque los consideraba “demasiado orientales”. Sus abuelos todavía vivían a la manera tradicional de los sefardíes de Bulgaria y en su casa se hablaba judeoespañol. Pero los padres eran universitarios, habían recibido una educación a la occidental --sobre todo, de cuño germanófono--, habían vivido en Austria, Alemania e Inglaterra y el propio Canetti recibió una educación a la occidental y políglota, en contacto con los más refinados ambientes intelectuales centroeuropeos.

El caso de la familia Canetti ejemplifica muy bien –como tantos otros: no es, ni mucho menos, el único-- la occidentalización del mundo sefardí de Oriente desde el siglo XIX. Pero, ¿cómo se produjo esa occidentalización? Podemos señalar varios hitos:

a) Los aires de occidentalización del mundo judío que se iniciaron en el siglo XVIII con la Haskalá (‘ilustración’) del judaísmo askenazí, cuyos ecos llegaron al mundo sefardí tardía e indirectamente.

b) Las Tanzimat (‘reformas’) iniciadas en el imperio otomano en la década de 1830, que se basaban en la apertura hacia Occidente y la modernización de la administración y la enseñanza. En 1856 se abolió la legislación que discriminaba a los no musulmanes, abriendo el paso a las escuelas laicas y militares a otras minorías del imperio turco.

c) La creación en París, en 1860, de la Alliance Israélite Universelle, institución filantrópica cuya finalidad era la promoción social y cultural de los judíos de Oriente y el Mediterráneo por la vía de la educación. La Alianza llegó a tener más de 180 escuelas, desde Tetuán hasta Irán, donde se ofrecía (en francés) una educación moderna. Su influencia fue fundamental en varios aspectos: proporcionó a los sefardíes una educación que les preparaba para la vida y el trabajo en el mundo moderno; abrió las posibilidades a la educación de la mujer sefardí, con escuelas para chicas; y contribuyó al afrancesamiento general de la cultura sefardí, fomentando indirectamente el escaso aprecio de los propios sefardíes por el judeoespañola como lengua de cultura y favoreciendo su relegamiento al ámbito estricamente familiar.

d) Desde el siglo XIX, tanto en el imperio otomano como en el Norte de África hubo además escuelas inglesas, alemanas o italianas, en las que cursaban estudios los hijos de la burguesía local (y, entre ellos, los hijos de la burguesía sefardí).

e) La influencia de España --sobre todo entre los sefardíes de Marruecos--, fomentada tanto por contactos directos derivados de la cercanía geográfica como por la existencia en Marruecos desde 1912 de un doble protectorado francés y español, hasta que en 1956 se produce la independencia del país magrebí.

f) Un aspecto poco estudiado, pero sin duda influyente, fue la penetración de los medios de comunicación europeos en el ámbito sefardí: la lectura por los sefardíes educados a la occidental de revistas y periódicos impresos en Francia, Inglaterra o Alemania; los libros de texto de las escuelas extranjeras; y la penetración de la radio.

g) La introducción de movimientos y partidos políticos, singularmente el sionismo (fundado por judíos askenazíes en el congreso de Basilea de 1897), pero también el socialismo o el comunismo, especialmente en comunidades con un fuerte contingente de obreros sefardíes, como la Salónica de principios del siglo XX, donde muchos sefarditas eran operarios de las fábricas de tabaco, del puerto o de la fábrica de harinas propiedad de la familia sefardí Allatini.

VI. Encuentros y desencuentros entre los sefardíes y España

Uno de los tópicos más extendidos es el del amor de los sefardíes por España. Sin embargo, la historia de las relaciones entre los sefardíes y su país de origen está jalonada de desencuentros, entre los cuales se introduce de vez en cuando un punto de encuentro.

Las primeras generaciones de expulsos tuvieron, en gran medida, mentalidad de exiliados, con un pie en la cultura hispánica y otro en las comunidades judías o criptojudías en las que vivían. Era frecuente que los sefardíes occidentales mantuvieran vínculos con España y Portugal o incluso viajasen por razones comerciales a estos países, donde muchas veces seguían teniendo familiares.

Es significativo comprobar que escritores marranos publicaron sus obras en Italia, Francia o los Países Bajos con la intención de que fueran difundidas en la Península Ibérica, incluso dedicándolas a nobles cristianos españoles o portugueses; en los inventarios de bibliotecas de sefardíes occidentales se encuentran, a la recíproca, obras publicadas en la Península Ibérica.

Pero, paralelamente, los siglos XVI y XVII son en España, Portugal e Hispanoamérica los de auge de la persecución contra los conversos criptojudíos, los procesos inquisitoriales, los autos de fe, los estatutos de limpieza de sangre y la consolidación de la mentalidad de cristiano viejo.

El contacto entre España y los expulsos se interrumpe ya a finales del siglo XVII y es total en el XVIII: España es por entonces un país sin judíos desde hace más de dos siglos, y los sefardíes viven totalmente de espaldas a su país de origen.

1. España ante los sefardíes.

1.1. El primer “descubrimiento” de los sefardíes en tiempos modernos se produce tras la toma de Tetuán por los españoles en 1860; allí soldados, funcionarios y cronistas encuentran una abundante –aunque empobrecida y sojuzgada—comunidad sefardí, que por lo general describen con tintes poco halagüeños.

1.2. El definitivo redescubrimiento de los sefardíes por España se produce con la campaña de opinión promovida por el senador Ángel Pulido. A raíz de un encuentro personal con sefardíes en 1903, Pulido emprende la tarea de dar a conocer la realidad sefardí y promover las relaciones entre los sefardíes y España, que se concretó en intervenciones parlamentarias, artículos periodísticos, dos libros (Intereses nacionales. Los israelitas españoles y el idioma castellano, de 1904; y Españoles sin Patria y la Raza Sefardí, de 1905) y múltiples contactos epistolares con sefardíes de todo el mundo y con intelectuales y políticos españoles. Aunque los resultados prácticos fueron escasos, la campaña de Pulido dejó huella en la opinión pública española hasta hoy, en que todavía se repiten como lugares comunes algunas de sus ideas.

1.3. Uno de los objetivos de la campaña de Pulido era la concesión de la nacionalidad española a todos los sefardíes que lo solicitasen; cosa que fracasó tanto por falta de voluntad política española como por falta de interés de los propios sefardíes. Sin embargo, ha habido a lo largo de la Historia algunas acciones de política exterior española que favorecían especialmente a los sefardíes, como el decreto de Primo de Rivera de 1924 que concede la nacionalidad española a “los antiguos protegidos españoles [en otros países] o descendientes de éstos y en general individuos pertenecientes a familias de origen español” que, sin nombrarlos, afectaba especialmente a los sefardíes. El decreto del gobierno de la República de 1931 por el que se reduce a dos años el tiempo de residencia en España necesario para obtener la nacionalidad a algunos ciudadanos, entre ellos los “naturales de la Zona marroquí sometida al Protectorado español” (que afectaba a los sefardíes de Marruecos). O la modificación del Código Civil en 1981 que permite a los sefardíes “que acrediten su condición” obtener la nacionalidad española con sólo dos años de residencia en España.

1.4. Bastante debatida ha sido la intervención española durante el Holocausto nazi, asunto que está siendo estudiado actualmente, sobre todo por jóvenes historiadores alemanes.

Los rasgos fundamentales de esa actuación parece que fueron los siguientes:

a) falta de definición de la política de Franco, y consecuente falta de instrucciones claras a los representantes diplomáticos;

b) ayuda a los sefardíes con documentación española (sefardíes españoles) y no a cualquier sefardí;

c) decidido propósito de impedir la inmigración a España de judíos (aunque fueran protegidos españoles), a los que no se equipara con los ciudadanos españoles de pleno derecho;

d) como cosecuencia, aceptación de refugiados judíos sólo en tránsito y con la condición de que salieran unos para que entrasen otros nuevos;

e) preocupación, más que por las personas, por salvarguardar los bienes de los sefardíes nacionalizados como parte del patrimonio de España;

f) estricto control de documentos de nacionalidad, junto con negligencia y desorganización

g) prejuicios antijudíos e incluso adhesión a ideas antisemitas;

h) buena parte de la salvación de personas se debió a la actuación individual (muchas veces arriesgada) de algunos diplomáticos españoles, como Bernard Rolland (París), Angel Sanz Briz (Budapest), o Romero Radigales (Grecia).

1.5. En parecida línea de actuación por iniciativa de un diplomático puede situarse la intervención de Angel Sagaz, embajador en El Cairo, a favor de los sefardíes en los años que van de la Guerra de los Seis Días a la del Yom-Kipur (1967-73), argumentando que eran nacionales o protegidos españoles, pero sin insistir en su condición de sefardíes

1.6. El establecimiento de relaciones entre España e Israel en 1986 fue presentado a la opinión pública española como un paso importante en la relación de España con los sefardíes. Sin embargo, conviene matizar esa idea: lo que se estableció fueron relaciones diplomáticas entre dos estados soberanos (y no entre España y un sector de la población israelí). Además, en Israel sólo vive una minoría de los muchos sefardíes dispersos por todo el mundo; muchos de los denominados sefardíes en Israel son, en realidad, judíos no askenazíes (orientales, de países árabes, etc) que practican el rito sefardí pero no son de origen hispánico; e Israel no es la “reserva” de la cultura sefardí, sino un país en el que, muy comprensiblemente, la preocupación fundamental no ha sido que cada grupo judío conservase sus rasgos culturales específicos, sino que todos se integrasen en una lengua y una cultura comunes.

1.7. Entre los hitos de las relaciones entre los sefardíes y España hay que señalar también algunos gestos oficiales recientes, a partir del quinto centenario de la Expulsión de los judíos en 1992, como varias visitas de los Reyes de España a comunidades judías o sefardíes (en Madrid, Los Ángeles, Salónica) o la concesión del Premio Príncipe de Asturias a las Comunidades Sefardíes.

2. Los sefardíes ante España.

Como consecuencia de su escasa relación con España, los sefardíes (sobre todo los de Oriente, menos en contacto con la Península) fueron consolidando a lo largo de los siglos una visión ideal de su país de origen que a veces tiene poco que ver con la realidad y que se caracteriza por:

2.1. La evocación de la Sefarad medieval como parte del pasado histórico glorioso del judaísmo, centro de gran esplendor cultural donde nacieron algunos de los grandes intelectuales judíos de todos los tiempos (desde Maimónides hasta los Abravanel, desde Yehudá Haleví hasta Benjamín de Tudela).

2.2. El recuerdo histórico de la Expulsión, la intolerancia religiosa, las persecuciones inquisitoriales, las cárceles, las torturas, los autos de fe, las hogueras, los sufrimientos de los criptojudíos. Pero todo ello mitificado y taraceado de errores históricos.

2.3. Estas ideas se plasman muchas veces en la literatura: el teatro, la poesía y la novela desde la segunda mitad del XIX y sobre todo en las primeras décadas del XX abundan en obras sobre estos temas, tratados de una forma esquemáticamente simplificadora.

2.4. Por lo que respecta a la campaña de Ángel Pulido, tuvo cierta repercursión en el mundo sefardí de Oriente, en parte porque coincidió con un momento en que los propios sefardíes estaban inmersos en una polémica –que se desarrollo en la prensa periódica aljamiada-- sobre el futuro del judeoespañol. En las cartas que los propios sefardíes envíaron a Pulido y en las páginas de la prensa aljamiada se reflejan las más variadas posturas, desde el entusiasmo hasta la franca hostilidad o el escepticismo.

2.5. Entre los sefardíes actuales perviven en gran medida parte de estos tópicos. Pero desde el momento que las comunidades sefardíes ya no están en su entorno habitual, hay más contacto con España, y España ha tomado desde 1992 algunas iniciativas de acercamiento que han sido positivamente valoradas, probablemente las actitudes están cambiando. En todo caso, no cabe ya hablar de la actitud de los sefardíes hacia España, sino de la actitud de cada sefardí; que, según el contacto mucho o poco, directo o indirecto que tenga no sólo con España, sino con el mundo hispánico en general, puede tener hacia España y lo hispánico una actitud u otra, un conocimiento más cercano o más estereotipado.

¿Quiénes son los judíos sefardíes?

Se aplica el nombre de Sefardíes, Sefarditas o Sefardim a todas las comunidades judías que florecieron desde épocas tempranas en la Península Ibérica (España y Portugal), como así también a aquéllas comunidades en diferentes partes del mundo que, después de haber sido expulsadas de España y Portugal, fueron fundadas o influenciadas por judíos españoles o portugueses.

¿Desde cuándo habitaron España los judíos?

Desde tiempos remotos los judíos habitaron la Península Ibérica.

Las fuentes hablan de la llegada de judíos de Israel después de la destrucción del II Templo de Jerusalem, en el siglo I de la era común, bajo el poder del Imperio Romano. Como testimonio histórico tenemos, por ejemplo, la famosa lápida trilingüe de Tarragona que se encuentra en el Museo Sefardí de Toledo, en la que se combinan inscripciones en hebreo, latín y griego con símbolos judíos, posiblemente del siglo III de la e.c. Cabe suponer que desde tiempos antiguos se asentaron judíos en los puertos comerciales de la costa mediterránea.

Ya en el siglo IV eran notables los núcleos judíos de la península. Hacia el siglo VIII el número era muy significativo y continuó creciendo hasta el siglo XII. De todos modos seguía siendo una minoría, aunque destacada, dentro del conjunto de la sociedad.

¿De dónde surge el nombre de Sefarad?

El nombre de Sefarad se menciona en la Biblia, en la profecía de Abdías u Ovadia, versículo 20, como uno de los lugares donde moraban deportados de Jerusalem. La tradición judía, sobre todo a partir del siglo VIII de la e.c., tendió a identificar Sefarad con el extremo occidental del mundo conocido: la Península Ibérica.

De ahí que durante toda la Edad Media, y muy especialmente durante la Época de Oro de la cultura hispano hebrea los judíos españoles se llamaran a sí mismo sefardíes, nombre que ostentaron con orgullo en su diáspora, tras la expulsión.

¿Qué es el judeo.español?

Es el idioma español llevado por los sefardíes al ser expulsados en 1492. El judeo español seguirá su desarrollo tomando préstamos de las lenguas con las que esté en contacto y particularmente de las lenguas prestigiosas entonces como el turco en oriente y el árabe en Marruecos (lo que dará un judeo-español llamado haketía)

Otras lenguas serán utilizadas: el griego, el italiano, el hebreo, el árabe, etc. , y más recientemente el francés.

Se ha asistido en los últimos años a una fuerte revalorización del judeo-español como vínculo comunitario y uno de los caracteres esenciales de la cultura sefardí.

¿Dónde viven los judíos sefardíes hoy?

Producto de la gran inmigración acontecida durante el siglo XX, y de los muertos en el holocausto (shoá), el número de sefardíes en los países del Mediterráneo ha decrecido notoriamente si lo comparamos con el de los siglos anteriores.

Hoy los judíos sefardíes viven en Israel, donde se encuentra la mayor concentración de sefarditas y judíos orientales; en Europa, especialmente en Francia e Inglaterra y en casi todos los restantes países del occidente y sur de Europa, en Canadá y los EEUU. Algunos habitan en Africa central y del norte. En América Latina, residen en Argentina (la comunidad más numerosa), en Uruguay, Brasil, México, Venezuela y Chile. Panamá y Curazao han recibido los remanentes de las antiguas colonias judías de la América Colonial. En casi todos los demás países latinoamericanos hay comunidades sefardíes más reducidas.